INQUIETUD, REBELDÍA, PERFECCIÓN
1.-DE LA INQUIETUD
29.-La inquietud espiritual revela gérmenes de renovación. Insatisfecha del pasado o anhelosa del porvenir, cada generación presiente el ritmo de lo que vendrá y anuncia la posibilidad de algo mejor, aunque no acierte a definirlo en preciosos ideales. Frente al quietismo de los rutinarios la inquietud es vida y esperanza.
Los portavoces de la moral quietista, destinada a obstruir todo espíritu de progreso, contemplan al universo como una obra armónica; de ello infieren que la vida humana se desenvuelve en la mejor de las formas posibles, en el más perfecto de los mundos. Ese rancio optimismo de envejecidos metafísicos, que llevaría a mirar como grandes bienes las guerras y las epidemias, el dolor y la muerte, ha merecido críticas risueñas, jamás contradichas eficazmente.
La moral meliorista, presupuesto necesario de todos los que tienen ideales, opone al quietismo abstracto la creencia activa en la perfectibilidad; su optimismo no significa ya simple satisfacción frente a lo actual, sino confianza en la posibilidad de perfecciones infinitas. Lo existente no es perfecto en sí, pero marcha hacia un perfeccionamiento; para el hombre, en particular, se traduce en dignificación de su vida. Todo lo humano es susceptible de mejoramiento; es natural el devenir de un bien mayor, mensurable por el conjunto de satisfacciones en que los hombres hacen consistir la felicidad.
Al afirmar que vivimos en una sociedad perfecta implica prescribir a los jóvenes una mansedumbre de siervos. De esa premisa escéptica partieron en todo tiempo los más hipócritas defensores de los intereses creados; mirar el inestable equilibrio actual como un orden definitivo, implica desconocer que en toda sociedad existen desarmonías eliminables por una perfección ulterior.
Cada nueva generación reconoce la existencia de injusticias reparables y afirma con su rebeldía que no hay orden social preestablecido, sino relaciones humanas destinadas a variar en el devenir. Su moral optimista no mira hacia atrás, sino hacia delante; no es para corazones seniles que ya no pueden perfeccionar el ritmo de sus latidos. El espíritu conservador es pasiva aquiescencia de los viejos al mal presente. El destino de los pueblos florece en manos de los jóvenes que saben sentir la inquietud de bienes venideros.
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