En los corazones de los cristianos ocupa la oración por los difuntos, el lugar predilecto que siempre tuvo en la Iglesia. Es la expresión de la esperanza cristiana, impregnada de inmortalidad.
Para el cristiano, la muerte es un sueño, un reposo: “Cuantos nos han precedido, marcados con el sello de la fe, duermen el sueño de la paz”. La muerte no es otra cosa que el paso de una vida imperfecta y perecedera a la vida plena que nunca acabará. En el gran día de la resurrección de los cuerpos, todos los ojos se abrieron a la definitiva luz del más allá: y desde el instante mismo de la muerte, entran las almas de los justos en la paz de Dios, viven en su presencia y gozan de la felicidad eterna.
En cuanto a aquellos fieles difuntos, casi todos, que tienen algo que expiar al dejar este mundo, la Iglesia no cesa de orar, como madre compasiva. Cada una de las horas del oficio divino se cierra con una súplica en su favor. Al ofrecer la hostia el sacerdote, recuerda que ofrece la Santa Misa por los vivos y por los muertos; y en el corazón mismo del sacrificio, en un memento especial del canon, recomienda a Dios las almas de los que descansan en Cristo. Desde el siglo V se hallan ya Misas especiales por los difuntos, y la conmemoración de todos los fieles difuntos, nacida en los monasterios benedictinos, se extendió pronto a la Iglesia universal.
El día de los funerales, sobretodo, se muestra apremiante la plegaria de la Iglesia. Que desafió a la muerte y que tranquila seguridad en ese canto que entona al borde mismo de la fosa: “Yo soy la resurrección y la vida; quien crea en mí, aunque haya muerto, vivirá”.
No, el día de la muerte no está sin un mañana. Para aquellos de sus hijos, de quienes está segura que se han presentado sin tacha ante Dios, la Iglesia lo celebra como un día de nacimiento: Dies natalis = el día de su entrada en la verdadera vida del cielo. Para todos aquellos que han muerto en Cristo, su plegaria es incesante, con el fin de apresurar la hora en que, purificados totalmente de sus faltas, puedan gozar plenamente de la luz divina.
Epístola Apocalipsis 14:13
En aquellos días, oí una voz del cielo, que decía: Escribe: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que desde ahora descansen de sus trabajos, porque sus obras les acompañan.
Evangelio San Juan 6:51-55
En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo he de dar, es mi carne para la vida del mundo. Altercaban, sin embargo, entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? Díjoles, pues, Jesús: En verdad os digo; sino coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.
MISA TRIDENTINA CIUDAD DE MÉXICO (Norte del Estado de México)
MISIÓN DE LA SAGRADA FAMILIA
Calle Atemoztli 14, Col. Pueblo Axotlán, Cuautitlán Izcalli, Estado de México, C.P. 54719 (Entre Tlaloc y Mexi). A 10 minutos de la caseta de Tepotzotlán.
Misa de Lunes a Domingo 7:00 a.m. hora de la Ciudad de México
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Негізгі бет (236) “Misa de Difunto” 10 Julio 2024
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