AMA DE LLAVES DESPEDIDA POR ROBO, SU RESPUESTA HIZO CAER AL MILLONARIO...
El sol comenzaba a ponerse detrás de las colinas que rodeaban la majestuosa mansión de los Morales, tiñendo el cielo con tonos de naranja y púrpura. Dentro de la casa, el silencio reinaba, roto solo por el sonido distante de pasos rápidos en el pasillo principal. María Valdés, una mujer de origen humilde, estaba concentrada en su trabajo, puliendo los imponentes candelabros que adornaban la sala de estar. Era una rutina que conocía bien, repetida día tras día, sin quejarse. Todo lo que hacía era para garantizar el sustento de su hija, Carolina, a quien dedicaba todo su amor y cuidado. Sin embargo, ese día algo era diferente. María sintió una extraña tensión en el aire, como si algo estuviera a punto de suceder. No pasó mucho tiempo antes de que sus temores se materializaran. La puerta de la sala se abrió bruscamente, e Isabel Morales, la esposa del poderoso Roberto Morales, entró con el rostro lleno de furia. "¡María!" gritó Isabel, su voz resonando en las paredes. "¿Dónde están mis joyas?" María se giró rápidamente, sorprendida por la agresividad de Isabel. "Señora, no sé de qué está hablando", respondió, manteniendo la calma a pesar de la situación.
"He estado aquí todo el día, limpiando como siempre." Isabel se acercó con pasos firmes, sus ojos ardían de ira. "No me mientas, María. Mis joyas han desaparecido, y tú eres la única que ha estado en esta casa durante todo el día." María sintió que su corazón se aceleraba. Las joyas de Isabel eran conocidas por su exorbitante valor, y la simple idea de ser acusada de robo le revolvió el estómago. "Señora, jamás haría algo así. Juro por la vida de mi hija, Carolina, que soy inocente." Las palabras de María, aunque sinceras, no lograron atravesar la barrera de desconfianza que Isabel había levantado. "Eres una ladrona, María. Una mentirosa. Y me aseguraré de que pagues por esto." Antes de que María pudiera responder, Isabel llamó a los guardias de seguridad de la mansión. En cuestión de minutos, María fue escoltada hasta la oficina de Roberto Morales, donde él la esperaba con una expresión indescifrable. Roberto era un hombre imponente, cuya presencia dominaba cualquier ambiente. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, estaban ahora fijos en María, quien se encogía bajo su mirada. "María," comenzó, su voz tranquila, pero con un tono que no admitía oposición, "sabes lo que significan estas joyas para mi esposa. Y sabes que esta es una acusación muy seria." "Señor Roberto," imploró María, su voz entrecortada por la emoción, "no he robado nada. Por favor, créame."
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