Es un texto del libro Archipiélago Gulab, que te resumo aquí:
En 1937, durante una reunión del Partido Comunista en Moscú, el secretario local del partido pidió a los asistentes un aplauso para Stalin (uno de los mayores asesinos en masa de la historia, por cierto).
Todas las personas presentes se pusieron inmediatamente a ovacionar a Stalin.
Pasó un minuto y los aplausos continuaban.
Pasaron dos minutos. Pasaron tres minutos.
Traten ustedes de aplaudir durante tres minutos ininterrumpidamente.
Pero en aquella reunión local del partido nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir.
Así que pasaron cuatro, cinco minutos.
Lo normal es que hubiera sido el propio secretario local del partido quien diera la señal para interrumpir la ovación, dejando él mismo de aplaudir.
Al fin y al cabo, era él el que había solicitado aquel homenaje al dictador.
Pero el pobre hombre no se atrevía a parar al ver que los demás continuaban aplaudiendo con fervor.
Pasaron seis, siete, ocho minutos.
El tiempo se hacía verdaderamente eterno y la gente no es que no sintiera los brazos, es que el dolor era auténticamente insufrible.
Nueve, diez minutos de aplausos.
Todos se miraban unos a otros.
Al cumplirse los once minutos, cuando todos estaban al borde del colapso, el director de una de las fábricas del distrito dejó de aplaudir y se sentó.
Los aplausos cesaron inmediatamente en la sala como por arte de magia. Los asistentes ocuparon sus asientos.
Aquella misma noche, ese director de fábrica fue arrestado por la KGB y condenado a diez años de prisión en los campos de concentración del Gulag soviético.
Uno de sus captores, al acabar el interrogatorio, se dirigió al pobre hombre y le dijo con toda franqueza: «nunca seas el primero en dejar de aplaudir»”.
Негізгі бет El hombre que encarcelaron por dejar de aplaudir
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