El hombre regenerado o el nacido de nuevo, se ve expuesto a un conflicto entre los deseos de la carne y los del Espíritu porque éstos se oponen entre sí. A partir de este proceso es que el Espíritu Santo anhela el control de la vida del creyente.
El milagro es que el creyente ya no está obligado a hacer lo que su naturaleza pecaminosa le incita a hacer, ahora puede dejarse impulsar por el poder del Espíritu que lo lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús.
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