Yo voy, lobo estepario, trotando por el mundo de nieve cubierto; del abedul sale un cuervo volando, y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.
Me enamora una corza ligera, en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso; con mis dientes y zarpas de fiera destrozara su cuerpo sabroso.
Y volviera mi afán a mi amada, en sus muslos mordiendo la carne blanquísima y saciando mi sed en su sangre por mi derramada, para aullar luego solo en la noche tristísima.
Una liebre bastará también a mi anhelo; dulce sabe su carne en la noche callada y oscura. ¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo de la vida la parte más noble y más pura?
Vetas grises adquiere mi rabo peludo; voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres; hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo y que troto y que sueño con corzas y liebres que mi triste destino me ahuyenta y espanta.
Oigo al aire soplar en la noche de invierno, hundo en nieve mi ardiente garganta, y así voy llevando mi mísera alma al infierno.
Hermann Hesse: un poema sólo para locos.
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