LA MESERA QUEDÓ PARALIZADA AL VER SU FOTO DE NIÑEZ EN UN MARCO NEGRO EN LA LUJOSA MANSIÓN...
Elena respiró profundamente mientras se preparaba para su turno en la gran mansión de los Monterrey. Nunca había trabajado en un lugar tan lujoso. Mientras recorría la entrada principal, los imponentes portones de hierro forjado le recordaban lo lejos que estaba de su vida cotidiana. La fiesta prometía ser una de esas en las que la riqueza y el poder se exhibían sin pudor, pero para Elena solo era otro día de trabajo. “Haz lo que tienes que hacer y regresa a casa”, se dijo a sí misma, repitiendo la frase como un mantra mientras caminaba hacia la cocina.
Los preparativos estaban en marcha, y el bullicio de los empleados iba y venía entre bandejas llenas de exquisitos platillos y copas de champaña. El ambiente olía a flores frescas, a perfumes caros y a comida elaborada, algo tan distante del modesto hogar que compartía con su familia. A pesar del nerviosismo que sentía, Joaquín se concentró en su tarea: servir bebidas, mantener las mesas impecables y evitar llamar la atención.
No obstante, mientras realizaba sus labores, algo llamó su atención. Un largo y elegante corredor, que parecía iluminarse de una manera diferente al resto de la casa, se extendía hacia una parte más privada de la mansión. Había algo en ese pasillo que la atraía, como si le susurrara que fuera hacia allí. “Solo será un minuto”, pensó, convenciéndose de que no pasaba nada por echar un vistazo rápido. Asegurándose de que nadie la viera, dejó su bandeja en una mesa cercana y caminó lentamente por el corredor.
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