La mañana se retuerce entre las líneas de cal. La ducha y el café nos palmean para ingresar a la cancha. La radio dice la temperatura y elegimos si manga larga o manga corta. Los cortos, de jean o gabardina, según si jugamos el ascenso o la Champions. El bondi y la entrada en calor. Probamos el terreno; sabemos cómo será el día, cómo vamos a entrar e imaginamos cómo vamos a salir: deseamos que sea aplaudidos. El minuto inicial y la primera jugada, esa que define y desata nuestra confianza para lo que reste de partido: si te sale bien, te salen todas; si te sale mal, a correr y marcar a los laterales que suben. Dar la vida por el equipo, aunque sólo sea de dos personas.
Aunque todo lo que hagamos sean rabonas, caños, pases gol o un golazo. Aunque todo lo que hagamos sea tirarla afuera, pifiar el pase o putear al árbitro, siempre que estemos dentro de la cancha hay que ser inteligentes. Porque la vida como el fútbol es un juego, y es el juego más lindo que existe.
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