La relación entre el hombre y mar puede ser vista como una relación fuera del tiempo. El mar es una presencia eterna, con ciclos geofísicos inmutables, o al menos extendidos durante períodos de tiempo tan largos que los cambios no son perceptibles por generaciones completas. El ciclo de vida del hombre, por el contrario, pasa inadvertido en la escala de tiempo del mar. Lo efímero enfrente de lo intemporal. Posiblemente esa sea una de las razones principales de la atracción inmemorial del hombre hacia el mar. El mar puede producir al mismo tiempo sensaciones encontradas, como angustia ante lo desconocido, asfixia al ser el agua un elemento no respirable o temor a lo inabarcable, así como paz, tranquilidad y reposo, por lo estable de sus ciclos, que también se traducen en paisajes sonoros hipnotizantes, como mantras.
La proximidad con el mar propicia uno de los vínculos más profundos e inasibles de los yucatecos, en cuyos bagajes emocionales los recuerdos del mar encuentran un lugar significativo. En el caso específico de los habitantes del estado que no viven en la costa, estos recuerdos se van creando de forma intermitente, pero constante, desde la infancia. Durante los períodos vacacionales, las familias suelen ir a pasar el día a la playa, o bien establecerse durante días o semanas en el mismo puerto y en la misma casa, confiriéndole a ésta el valor de un hogar propio, viviéndose experiencias de libertad que contribuyen de manera fundamental en la conformación de los mundos internos. Esta vinculación intermitente con el mar lo convierte en un objeto de amor impregnado de sensaciones de nostalgia. Ya la nostalgia, de acuerdo con Braunstein, es “la bisagra que “religa” la memoria individual con la colectiva”. El mar puede entenderse, entonces, como un espacio que propicia vasos comunicantes emocionales comunes entre los diversos sectores de la sociedad yucateca.
Негізгі бет Sisal (revisitando Brisas, 2020). Germán Romero, música y fotografías.
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