El reinado de David
Elección - Misión - Comunión se cumple en la vocación de Abraham: Dios bendice a Abraham y hace de él una bendición.
Al llegar a la Tierra Prometida, el pueblo entra en un ciclo: el pueblo clama a Dios - surge un juez - Dios derrota a sus enemigos - el pueblo prospera - el pueblo se olvida de Dios - el pueblo se debilita y es hostigado por sus enemigos - el pueblo clama a Dios ...
Para salir de ese ciclo, y por parecerse a los demás pueblos, y por tener visible a su Dios Salvador, el pueblo quiere un rey, y así el profeta Samuel les da un rey: Saúl, que al principio es fiel a Dios, pero después se aparta, y en el episodio de la victoria sobre los amalecitas, intenta inclinar en favor propio el corazón de las tropas, a quienes permite quedarse con parte del botín que debía ser entregado en holocausto al Señor. Por ello Dios rechaza a Saúl, y en su reemplazo elige a David.
David tiene tres condiciones que preparan su corazón para la misión que Dios le encomendó:
Fue rechazado por los hombres pero se supo defendido por Dios.
Conoció por propia experiencia la Providencia y la vidtoria de Dios.
Supo lo que era ser responsable de un rebaño que no era suyo.
David, en síntesis, no fue tan pastor que se le olvidara ser oveja; ni fue tan rey que se le olvidara ser súbdito; y siempre valoró y respetó la unción de Dios: ta es la ESPIRITUALIDAD de David.
El pueblo, sin embargo, lo recordaría más por sus LOGROS visibles, a saber, el poner a raya a los enemigos, los filisteos, y el abrir un tiempo de manifiesta prosperidad.
El reinado de Cristo
Vemos en Cristo realizarse en plenitud los elementos de la espiritualidad de David. De hecho, la gente de aquel tiempo relacionaba el ministerio de Cristo con lo que había logrado David, y llamaban a Cristo "hijo de David", esperando que el Reino de Dios fuera una especie de reedición de lo que había logrado David.
En realidad, sin embargo, Cristo luchó contra otros enemigos, es decir, los verdaderos enemigos: el demonio el mundo y la carne, y sus frutos podridos: el pecado y la muerte.
Y las bendiciones que trae Cristo son las propias de la vida de Dios y la amistad con Dios.
El Reino de Dios, pues, es esencialmente un don de gracia, que empieza en el corazón, propiamente en el Corazón de Jesús, y que se va extendiendo en los corazones de quienes aceptan su plan y su voluntad. Las palabras, actitudes, obras e instituciones de estos corazones, aunque no son una expresión perfecta del Reino de Dios, si son como "destellos" de ese Reino.
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