UNA MESERA SE ACERCÓ A UN MILLONARIO Y LE DIJO QUE NO FUERA A SU REUNIÓN... A LA MAÑANA SIGUIENTE...
Eduardo López, un hombre cuyo nombre era sinónimo de poder y éxito, ajustaba su corbata de seda frente al espejo dorado en su lujosa oficina. Cada detalle del entorno reflejaba su meteórico ascenso: muebles importados, arte exclusiva en las paredes y una vista deslumbrante de la ciudad que, en gran parte, él había ayudado a moldear. Hoy, estaba a punto de dar el paso final que lo consagraría como uno de los hombres más poderosos del país. Una negociación monumental lo esperaba, y sabía que, si se concretaba, su imperio empresarial alcanzaría nuevos niveles. A pesar de la expectativa y la adrenalina que normalmente lo acompañaban antes de reuniones tan decisivas, algo dentro de Eduardo lo inquietaba. En lo más profundo de su alma, una sombra permanecía: el doloroso recuerdo de Sofía, el amor que él creía haber perdido para siempre. Habían pasado años desde que Sofía se fue, y a pesar de todo el éxito, Eduardo nunca había superado su ausencia. Su imagen, tan viva en sus recuerdos, parecía distorsionar los momentos de gloria, recordándole constantemente que algo, o alguien, faltaba en su vida. Mientras pasaba por la recepción del edificio, en dirección a su limusina que lo esperaba, una joven mesera llamó su atención.
Eduardo estaba acostumbrado a que desconocidos se le acercaran, pero había algo diferente en Marisol, la joven de ojos penetrantes que, con una seriedad inusual, se dirigió a él. “Señor López, por favor, no vaya a esa reunión”, dijo Marisol, su voz firme pero cargada de urgencia. Eduardo se detuvo, sorprendido por la audacia de la joven. La miró por un momento, sus ojos buscando una razón o explicación para esa petición. Ella no parecía ser solo una mesera común, pero su racionalidad rápidamente lo hizo descartar la idea. ¿Quién era ella para saber algo que él, con todos sus recursos e información, desconocía? “¿Por qué no debería ir?”, preguntó Eduardo, intentando entender el motivo detrás de la advertencia. Marisol dudó, pero sus ojos no se apartaron de los de él. “Solo... escuche mi consejo. Algo terrible podría suceder si va.” Intrigado, pero sin tiempo para dejarse llevar por supersticiones o consejos de desconocidos, Eduardo sacudió la cabeza. “Agradezco tu preocupación, pero estoy atrasado.” Y, con un gesto cortés, continuó su camino. La conversación con Marisol permanecía en su mente mientras entraba en el auto, pero su determinación lo empujaba hacia adelante. Sabía que la vida en el mundo de los negocios requería decisiones rápidas y, a veces, arriesgadas.
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