Vamos a darnos una vuelta por la amplísima comarca onubense del Andévalo. Al oeste de la misma se encuentra el municipio de Villanueva de los Castillejos, cuyo núcleo de población se encuentra unido, como dos siameses, al de El Almendro, tan solo separados por la calle El Cabezo, donde se encuentra el edificio de la antigua fábrica de harina.
La localidad de Villanueva de los Castillejos se sitúa a 224 metros de altitud sobre la superficie arrasada conocida como el llano de Castillejos, en la cual es fácil distinguir las pequeñas y medianas formas alomadas de los cerros y colinas que se distribuyen por las cercanías de esta localidad y de la vecina población de El Almendro.
Se trata de un espacio de gran singularidad ambiental y ecológica que presenta la profunda huella del hombre desde tiempos inmemoriales. Este territorio ya era conocido durante el tiempo de los celtas beturienses, siendo conocido como la Baeturia Céltica.
En época romana, Villanueva de los Castillejos fue un lugar estratégico de paso y avituallamiento al estar inmerso en la ruta que iba desde la desembocadura del Guadiana hasta Mérida.
Este lugar siempre se ha conocido con el nombre de los Castillejos por la considerable cantidad de fortalezas y pequeños castillos próximos a las vías de comunicación; en su mayoría estaban destinados a proporcionar seguridad al comercio de minerales desde los yacimientos hasta la costa. El castillejo principal estaba situado en una pequeña elevación, lugar hoy conocido como pie castillo, y que los romanos denominaron praesidium. Alrededor del primitivo praesidium surgiría el casco urbano del actual municipio, que a partir del siglo XV comenzaría a conocerse como el lugar de los Castillejos.
El 22 de julio de 1631, por medio de Carta Real, el rey Felipe IV concede al Lugar de los Castillejos el título de Villa, y con él una serie de privilegios.
Y en ese casco urbano, amplio y sereno, con su caserío uniforme con viviendas de planta baja, encaladas y tejados rojos, y siempre unido a su viejo amigo de El Almendro, destaca el semblante y la figura de la iglesia parroquial de la Purísima Concepción, iglesia original construida en el siglo XV que tras las ruinas que provocó el terremoto de Lisboa de 1755, ha sufrido varias fases de modificaciones hasta concluir definitivamente en el año 1929.
Consta de una sola nave con planta de cruz latina, bóveda de cañón y cubierta con tejado a dos aguas.
En los alrededores de esta localidad existen una serie de molinos, como el Molino Zahurdón, del siglo XVIII. Molino de viento de grano destinado fundamentalmente a la molienda de cereal convertido en harina, y de ahí queda la huella del edificio antes reseñado. Representa la vida cotidiana de los municipios de esta comarca, así como del Algarve o el Alentejo portugués.
Los casi 3.000 castillejeros siempre se han dedicado a la ganadería y a la agricultura tradicional de secano, principalmente cereales y olivar. En los últimos años han dado paso a cultivos novedosos como cítricos o fresas. Esta irrupción ha transformado el paisaje circundante, eliminándose espacios repoblados de eucaliptos y pinos; algunas masas de quercus mantienen la parcela de lo autóctono.
La Feria y la Velá de Julio, que tiene su origen en la antigua feria ganadera de San Mateo, las fiestas en honor a San Matías, su patrón, del 24 de febrero; el popular Pan de San Matías; la rica cocina castillejera con su caldereta de cordero, productos derivados del cerdo y de la caza menor del conejo, liebres y perdices…, y la romería de Piedras Albas, que cada Domingo de Resurrección da comienzo en Prado de Osma unos días de fantasía y diversión acompañados de sus vecinos de El Almendro.
Historia, costumbres, formas de vida y simpatía forman parte de la idiosincrasia de la gente de este municipio andevaleño.
En la la misma calle uno estaba en El Almendro y otro en Villanueva de los Castillejos...qué cosas.
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