Mi fascinación por las artes de Japón
Desde hace muchos años siento una especial fascinación por las artes tradicionales de Japón, por la manera en la que el budismo Zen impregnó tantos aspectos de la vida cotidiana, desde disciplinas físicas como las artes marciales (aikido y kendo, entre otros), artes decorativas como el ikebana (los arreglos florales), el kintsugi (el arte de reparar objetos de cerámica con oro), el chado o “camino del té (el ritual para preparar y degustar un té) hasta llegar a formas artísticas como el sumi-e (pintura con tinta y pincel), la poesía del haikú o la interpretación musical en instrumentos como el shakuhachi o el shamisen. Todas ellas van mucho más allá de su realización física: no se trata de retratar fotográficamente la realidad en una pintura con tinta, sino capturar la esencia, la emoción que provoca esa realidad, en el aquí y ahora. La música evoca la contemplación de la naturaleza, algo muy difícil de explicar con palabras y que requiere de una profunda introspección y meditación.
De este interés surgió, hace años, el deseo por superar mis limitaciones físicas mediante la práctica del aikido, un arte marcial que es exclusivamente defensivo. Lamentablemente, mi indisciplina (y dos que tres catorrazos que me llevé) hicieron. que lo abandonara. Luego intenté aprender sumi-e con un kit de pinceles y tinta que encontré en una tienda de arte, pero abandoné en los primeros intentos y regalé ese kit a mi amigo Adolfo Izquierdo, que es artista visual. Luego conseguí un shakuhachi, pero sin la orientación de un maestro, me fue difícil tocar más allá de algunas canciones folclóricas. Debo decir que este es quizá uno de los instrumentos más difíciles que hay. No es difícil hacerlo sonar, es una flauta parecida a la quena. Lo realmente difícil es hacerlo sonar como debe ser, con todas las sutiles inflexiones que le dan su carácter e identidad. Sin embargo, no he quitado el dedo del renglón y espero retomarlo pronto, ahora sí con un maestro.
Durante la pasada temporada de “Mateo Ricci”, en el Centro Nacional de las Artes, pasaba casi todos los días frente a la tienda de materiales para artistas Casa Serra. Y ahí estaba otra vez, el kit de pinceles, tinta y tintero para practicar sumi-e, además de dos libros sobre el tema. No pude resistir y los compré, así que ya he comenzado a hacer mis primeros intentos. Todavía no logro nada que valga la pena mostrar, pero espero pronto poder hacer algo. El problema con esta técnica es que no hay forma de corregir: lo que salió, salió. O en mi caso, que todavía no sale nada… Pero ahí estoy, intentándolo.
El shamisen, tocado con el estilo de Tsugaru, también es un instrumento lleno de sutilezas, a pesar de su sonido vigoroso y percutido. Estoy de lleno estudiándolo y ya comienza a salir algo, no sin torpezas y errores, pero comienza a adivinarse cómo será su sonido. Por eso, hoy me he atrevido a hacer un pequeño arreglo de “Yasaburo Bushi”, un minyo (canción folclórica) tradicional. En esta ocasión, además de la melodía, estoy tratando de explorar técnicas improvisadas que permitan expresarme. Desde luego, mis intentos todavía son burdos, plagados de equivocaciones, pero tratan de expresar emociones y momentos de introspección. Digamos que se trata de un “work in progress”. Para darle un sonido más japonés, añadí el sonido del tambor kotsutzumi y las vocalizaciones kakegoe, muy características del teatro Noh y Kabuki. Para hacer el video, encontré una animación que evoca un poco la pintura sumi-e, que cuenta una historia de desamor. Y como la letra de Yasaburo Bushi habla también de desamor, pues creo que hice bien en combinarlas. Entonces, aquí les comparto mi interpretación de Yasaburo Bushi en el shamisen.
Негізгі бет Yasaburo Bushi
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