Evocando el baile del evangelista.
Siempre sorprende que le encarguen a un forastero hablar sobre algo tan autóctono como es, para este pueblo y para esta Semana Santa, el llamado baile del evangelista o dicho en román paladino, el momento de "asustar". Seguro que hay miles, entre los ancianos del lugar, que podrían, muchísimo más eruditamente, hablar sobre este paso singular que comparten ambas turbas y que consiguen llenar de color y vistosidad, no solo la misma indumentaria del judío, elegante y solemne, sino también la propia figura del evangelista que intenta terminar, no sin cierto temblor, de escribir el Evangelio, lejos de las miradas de un curioso judío que intenta adivinar qué escribe. El "baile" termina, al descubrirse la artimaña del curioso judío, dedicándose ambos un saludo cortés y cariñoso.
En varios lugares, tanto de la Sagrada Escritura como de los escritos patrísticos de los primeros tiempos, encontramos ciertas frases que señalan principalmente este hecho. En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos la advertencia que hace el Sanedrín a Pedro y sus compañeros: "(…) ¿No os habíamos prohibido predicar en nombre de ese? Y sin embargo, habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina (…)" (Hch. 5, 28). De la misma manera, el autor de la Carta a Diogneto, escrito apologético de finales del siglo II, afirmaba que "(…) Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los que los odian no pueden decir por qué los odian. (…)" (Diog. Cap. V.).
La primera oposición que tuvo la Iglesia no fue el Imperio Romano, aunque sí fue este el más violento en las persecuciones sobre todo de los Emperadores Decio y Diocleciano. Ciertamente ni Nerón, ni Calígula, ni el mismo filósofo y filántropo Marco Aurelio se quedaron atrás. La primera frontera que tuvo que traspasar el Evangelio fue el mismo pueblo judío, que mató a sus profetas y apedreó a los que Dios le enviaba, como dice el Señor en el Evangelio (Mt. 23:37).
Quizá, echando la mente de este forastero a volar en los albores de este curioso movimiento, los judíos de Baena quisieron emular esa desconfianza debida a los que antes fueron fieles a la Ley y los Profetas, a la Torá y al Talmud, y que, ahora, esconden este arcano mensaje a los ojos de los no iniciados que, incluso, les lleva a dar la vida por su custodia.
Como todos sabemos, el Evangelio no se escribe de primera mano: no son escritos biográficos tomados in situ mientras se realizaban los hechos. Los escritos canónicos no fueron redactados como los de los amanuenses, que perseguían al erudito tomando nota directa de todo lo que decía. Lo que hoy son nuestros Evangelios son recuerdos de las primeras comunidades cristianas que recibieron, sí directamente, de aquellos que comieron y bebieron con el Mesías en su predicación. No obstante, no hay nada oculto que no llegue a saberse, como nos dice el Señor en el Evangelio. Y, puede ser que esa curiosidad judía sea la semilla que necesita el representante del pueblo de la Alianza para abrazar al Mesías enviado.
En resumen, cada Viernes Santo, cuando acompaño al Santo Sepulcro, aprovechando cada breve parada, tengo la oportunidad de volver la vista atrás y poder contemplar este colorido baile. Y, cada Viernes Santo, no puedo dejar de pensar que, quizá, al primer baenense al que se le ocurrió no pensara en su transcendencia. Hoy, complicado nos es responder al porqué de este paso. Sin embargo, lo que nadie pone en duda es que esta danza curiosa forma parte de las preciosas tradiciones que tenemos en nuestro acerbo cultural.
De esta manera, cumplo con el complicado encargo. Pido perdón si no estoy en lo cierto mas avalo mis palabras con aquello del dominico Giordano Bruno: "se non è vero, è ben trovato", si no es verdad, está muy bien encontrado.
M.I. Sr. D. Juan Laguna Navarro.
Párroco de Santa María la Mayor y San Bartolomé de Baena.
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