De esta manera, Ramón Santamarina comenzaba a ganarse la vida en Buenos Aires, cruzando bueyes a nado de una orilla a la otra del Riachuelo. Ramón había aprendido a vadear el Richuelo con los bueyes y podía estar largas horas en el agua sin cansarse. Comenzó a trabajar también en un almacén de ramos generales al mismo tiempo que limpiaba vajillas y acomodaba las habitaciones del hotel donde se hospedaba. Enseñaba lectura básica y ayudaba en la carga y descarga de carretas. Los muchachos del barrio lo apreciaban porque estaba siempre dispuesto a enseñar.
Mientras observaba las carretas que transportaban el equipaje de los huéspedes a Plaza Constitución, el hechizo de la pampa lo absorvía cada vez con más fuerza. Al cabo de dos años, uno de los paisanos que se alojaba en la pensión, dueño de una carreta tirada por bueyes, lo llevo hacia el Tandil. Una corazonada le señalaba su destino!!
Esta historia continúa!!!
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